Seguramente el resto del año ese sentimiento también
existe pero la vorágine diaria y esa tendencia a dar por sabido y obvio el
sentimiento, es que olvidamos proclamarlo.
Otros, como yo, no podremos ir ese día (ni ningún otro)
a decirle todo lo que lo queremos pues no está ya entre nosotros. Decir que es
la ley de la vida es algo muy simplista.
La muerte de los padres es algo que sabemos que ocurrirá
algún día. No es una sorpresa que suceda, sin embargo cuando esa “lógica”
muerte acaece, nos damos cuenta que no estábamos preparados y nos invaden muchos
sentimientos para nada agradables.
Esa etapa de adaptación a la nueva realidad se llama
duelo. Hay muchas teorías acerca del duelo, Freud, Worden, Bowlby, Parkes,
Engel y otros elaboraron sus propias descripciones, interpretaciones y ofrecieron herramientas o técnicas para
afrontar ese duro período.
Si bien todos abordan el tema desde diferentes ángulos,
hay un consenso en las fases por las que uno pasa:
Negación: Caracterizada
porque se habla en presente de la persona desaparecida, inclusive a veces se
piensa en irlo a ver o llamarlo por teléfono.
Enfado: Por sentir que no
había nada que se pudiera hacer para evitar la muerte.
A veces se dirige a otros, un amigo poco sensible, el médico, a la familia, a Dios o a uno mismo.
Culpa: Se manifiesta por diversos
motivos, como haber dejado temas inconclusos con el fallecido, no haber sido
suficientemente amables, no habernos ocupado adecuadamente de su enfermedad,
etc.A veces se dirige a otros, un amigo poco sensible, el médico, a la familia, a Dios o a uno mismo.
Aceptación: Es el momento de tristeza. Una reacción que indica que se ha aceptado la desaparición física de esa persona y se expresa como dolor.
Sin embargo hay varios aprendizajes que podemos extraer
de este detalle dado por los especialistas.
Mientras tenemos a nuestros seres queridos con nosotros
es bueno decirles habitualmente cuánto los queremos, sin esperar fechas especiales.
Todos nos sabemos queridos por alguien. . . pero escucharlo de sus propios
labios nos regocija el alma. A nuestros seres queridos les pasa lo mismo.
provechar mientras
contamos con ellos para crear lazos de amor y armonía. Guardar rencores,
alimentar enojos y mantener distanciamientos emocionales no solo minará nuestra
salud física y emocional sino también la
de la otra persona.
Y ante la pérdida, especialmente si fue producto de una
larga dolencia, no focalizarnos en ese período, re-viviendo esos momentos de
dolor. Seguramente con esa persona pasamos muchos años muy buenos, dignos de
ser recordados. ¡Pensemos cómo nos gustaría que nos recordaran a nosotros! Ver en familia fotos del pasado y rememorar
lo que sentimos, recordar esos asados de olorcito perfecto, o el día que
remontamos el primer barrilete, o cuando nos llevaba a caballito, o esas
charlas en que nos hablaba de su vida, o cuando nos socorría con la tarea del
colegio, o reconociendo como ayudó a formarme como buena persona con esos
merecidos retos recibidos.
Puede que en el día del padre, a los que ya no lo tenemos
con nosotros, se nos haga un nudo en la garganta. No está mal sentirlo. Pero
saber que dimos lo mejor de nosotros a esa relación, que lo amamos y se lo
dijimos, que no nos quedaron temas pendientes sin resolución nos llenará el
alma de paz y plenitud.
Quizás la mejor manera de desearle un feliz día sea
encontrando en nosotros alguno de sus rasgos
y sentirnos orgullosos de eso.
Guillermo Drexler