Jugar con nuestros hijos

Si hiciéramos memoria de nuestra infancia (si tenemos más de 40 años por ejemplo) recordaremos nuestro grupo de amigos de la cuadra, el Scrabble, ta-te-ti, ajedrez, las aventuras en bicicleta, el “policía y ladrón” y quizás también nuestras lecturas y las que compartimos con nuestros padres.

El juego en los niños es de suma importancia, éste es el mejor entrenamiento para la inteligencia, la adquisición de habilidades, las emociones y la actividad física. Más tarde, el juego le permite socializarse, potenciando las relaciones con otros niños y con su entorno.

Con el juego los niños adquieren experiencia al conocerse a sí mismos y al mundo que les rodea, aprenden a ser imaginativos, a dramatizar, simulando ser otras personas, niños, adultos o animales, aprenden a compartir, tolerar frustraciones, y a representar escenarios y situaciones reales o irreales que les permitirán acercarse al mundo de los adultos.

También mediante el juego el niño edifica su interior, crece y adquiere seguridades y certezas, elabora una autoestima fuerte y hace propios los valores trascendentes pero también puede adquirir  miedos, inseguridades y egoísmo, todo depende del tipo de actividades y entorno al que está expuesto, con el que convive.

Es cierto que la vida moderna nos acapara casi todas nuestras horas, las que no trabajando, descansando de la ardua actividad y sin darnos cuenta no disponemos de  tiempo para jugar con nuestros hijos.

Relacionado con la falta de tiempo y a modo de compensación (situación que aprovecha la industria del juguete) les proporcionamos a nuestros hijos solo “juguetes educativos”, seguramente cumplirán con los requisitos para los que se fabricaron pero que no los entrenan en todos los aspectos antes citados.
Un apartado se debe dedicar a los juegos de internet (o de computadora en general) que utilizados sin control de los padres se pueden tornar muy adictivos, muchos de ellos son además muy violentos y para colmo los aíslan de la interrelación personal con sus pares.

Aunque descubramos años después nuestro error, ya nunca podremos recuperar las sonrisas, las alegrías, las emociones ni aportar al progreso de nuestros hijos. Aunque sólo sea media hora al día, dedica tiempo a jugar con tu hijo. No para ver la televisión, tampoco para ver cómo juegan otros niños, muñecos o dibujos animados, sino para que te liberes de todas tus cargas y obligaciones y juegues a lo que sea, modelando plastilina, cantando, bailando o jugando a la pelota, compartiendo y conociéndose mutuamente.
Es bueno para tu hijo y también para ti. No solo mejorará la unión entre ambos, también hará que tu hijo aprenda valores y respeto por la institución familiar, se sentirá contenido, cuidado, amado y respetado y no dudes que definitivamente habrás contribuido a que ya adulto sea una buena persona, íntegra y feliz.


Guillermo Drexler